Dúos improbables: personajes emparejados en ‘Matar a un ruiseñor’
Robert C. Evans presenta los paralelismos entre Boo Radley y Bob Ewell, así como entre otros personajes de la novela de Harper Lee
NOTA: El ensayo que vas a leer a continuación es una traducción realizada por mí del texto original «Unlikely Duos: Paired Characters in To Kill a Mockingbird» escrito por Robert C. Evans y publicado en Harper Lee’s To Kill a Mockingbird: New essays (Scarecrow Press, 2010). Para facilitar al lector la identificación y ubicación de las citas extraídas de la novela de Harper Lee se han utilizado fragmentos de la edición en castellano Matar a un ruiseñor (HarperCollins, 2015).
«Creo que veo lo que es realmente: un libro para niños. A los quince años me habría encantado. Si quitas la violación, creo que tienes algo como Miss Minerva and William Green Hill. Creo que para ser un libro para niños está bien. Es interesante que toda la gente que lo compra no sabe que está leyendo un libro para niños. Alguien debería decir lo que es».
—Flannery O’Connor sobre Matar a un ruiseñor (O’Connor, pág. 411)
Aunque Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, es una de las novelas más leídas y enseñadas de todos los tiempos, sorprendentemente se le ha dedicado poca crítica académica (Johnson, Threatening, pág. 20). Esta negligencia parece ser el resultado, en parte, de varias suposiciones: en primer lugar, que el libro está destinado principalmente a los adolescentes y no es una obra de literatura seria y madura; en segundo lugar, que el libro es valioso sobre todo por las lecciones sociales y morales que enseña, de modo que su arte y su oficio son relativamente poco importantes; y, por último, que Ruiseñor contiene en realidad poco arte y oficio, y que es relativamente simple y poco sutil. La novela ha sido criticada, por ejemplo, por su supuesta falta de integración de sus dos tramas principales —crítica que ha sido refutada eficazmente por Claudia Johnson1— y, en general, se ha asumido que carece de un diseño estético muy complejo. En este ensayo, espero abordar algunas de estas críticas, sobre todo centrándome en la forma en que Lee compara y contrasta dos personajes clave: Boo Radley y Bob Ewell. Espero mostrar cómo estos personajes actúan como contrarios el uno al otro a lo largo del texto, de modo que su enfrentamiento final en la conclusión de la novela no es un mero artificio conveniente (con Boo como una especie de deus ex machina de un pequeño pueblo del Sur) sino la culminación de un patrón que se ha desarrollado a lo largo del texto.2
Sin embargo, antes de centrarnos en los contrastes entre Boo y Bob, puede valer la pena sugerir las formas en que numerosos conjuntos similares de personajes emparejados ayudan a estructurar esta novela supuestamente poco sofisticada. Al poner a toda una serie de personajes en relaciones relevantes entre sí, Lee produce algo más que una simple narración para niños; en su lugar, escribe una obra de arte que está cuidadosamente diseñada para lograr una significativa coherencia temática y estética. Algunos personajes emparejados se comparan de forma obvia; otros están claramente contrastados. En cualquier caso, Lee parece haber utilizado el emparejamiento como una forma de estructurar su novela y reforzar sus temas principales. Incluso la estructura general del libro —que está dividido en dos partes— sugiere que el emparejamiento es crucial para el diseño fundamental de Matar a un ruiseñor. Asimismo, el hecho de que la narración gire en torno a las experiencias de dos jóvenes hermanos (en lugar de un solo niño), y que los dos niños sean un chico y una chica, ayuda a ilustrar las muchas maneras en que los emparejamientos son esenciales para el diseño general de la novela.
Boo Radley y Tom Robinson, por ejemplo, son personajes obviamente similares. Ambos son tranquilos y reservados; ambos son víctimas de prejuicios evidentes; y ambos tienen encontronazos con el sistema legal local. Sin embargo, Boo —debido a su raza, sus conexiones familiares y, en última instancia, su discapacidad mental— recibe un trato mucho más indulgente por parte de la ley que Tom. Esto es así a pesar de que Boo es realmente culpable de varios tipos de mala conducta (incluyendo, en algún momento, un asesinato), mientras que Tom es completamente inocente de un delito grave. Ambos hombres, por supuesto, son inocentes en el sentido más fundamental, pero las importantes similitudes entre ellos también ayudan a resaltar contrastes significativos y, por tanto, a reforzar un tema importante de la novela: Boo, por ser blanco y, por tanto, automáticamente privilegiado, se beneficia en términos legales en repetidas ocasiones, mientras que Tom es enviado a prisión (y allí muere) sobre la base de una falsa acusación.
Irónicamente, otra pareja importante en el libro es la formada por el modesto Tom Robinson y Bob Ewell, el arrogante acusador de Tom. Ambos hombres y sus familias viven en la pobreza en las afueras de la ciudad, y de hecho es debido a esta proximidad física que Tom tiene algún contacto real e innegable con la hija de Ewell. Ambos hombres son, hasta cierto punto, forasteros en la gentil Maycomb: Tom nada más que por su raza y Ewell por su posición económica y carácter de clase baja. Ambos hombres son padres de un significativo número de hijos, pero Tom es claramente una figura paterna cariñosa y querida, mientras que Ewell es negligente e incluso abusivo. Tom es amado tanto por sus hijos como por su esposa, mientras que la esposa de Ewell hace tiempo que murió, y una relación incestuosa con su hija está implícita en el testimonio del tribunal. Así, Tom está en el centro de una familia sana (aunque empobrecida), mientras que Ewell preside una familia de niños desafortunados en casi todos los sentidos, especialmente en el carácter de su padre. Tanto las similitudes como los contrastes entre Tom y Ewell, por tanto, ayudan a reforzar muchos de los temas principales de la novela, sobre todo el de la raza. Si no fuera por la raza de Tom, su excelente carácter podría convertirlo en un miembro respetado de la comunidad; del mismo modo, si no fuera por la raza de Ewell, este no tendría casi ninguna posición social.
Un tipo de emparejamiento similar puede verse al comparar y contrastar a Bob Ewell y a Atticus Finch. Ambos hombres son padres (y la paternidad es, de hecho, uno de los temas más significativos de esta novela), pero sería difícil imaginar dos padres más sorprendentemente diferentes. Atticus es una presencia constante, cariñosa, amable e inspiradora en la vida de sus hijos, mientras que Ewell es descuidado, egocéntrico, poco cariñoso y de temperamento duro. Ambos hombres son viudos, pero mientras que Atticus adora a su hijo y a su hija y les proporciona una vida hogareña estable y afectuosa (incluyendo una especie de madre sustituta en Calpurnia), se desconoce hasta el número de hijos de Ewell («Algunas personas decían que seis; otras que nueve» [Lee, pág. 215]), y es evidente que a Ewell no le importa la educación de sus hijos, su salud o incluso su limpieza (Lee, págs. 214-215). La naturaleza gentil de Atticus lo hace reacio a lastimar a cualquier persona o cosa, incluyendo a los animales, aunque es lo suficientemente capaz y valiente como para matar a un perro rabioso cuando las circunstancias lo hacen necesario. Ewell, por el contrario, es un hombre despiadado por naturaleza, dispuesto a presentar una acusación falsa y potencialmente mortal, y dispuesto (al final) a atacar a dos niños inocentes, aunque solo en la oscuridad de la noche. Atticus y Ewell no podrían ser más diferentes, y su enfrentamiento en el tribunal es solo el punto culminante de muchos episodios en los que sus contrastes se ponen de manifiesto o están implícitos.
Otro de estos emparejamientos es el de Scout, la joven narradora de la novela, y Mayella Ewell, la adolescente que acusa a Tom (por insistencia de su padre) de agredirla sexualmente. Ambas niñas son huérfanas de madre, y en cada caso el padre de la niña es la principal influencia en su vida. Scout, sin embargo, es una encarnación de la inocencia juvenil, mientras que Mayella (que de varias maneras parece una víctima de su padre) llega a parecer una figura bastante corrupta al final del libro. Su corrupción no radica en su deseo sexual por Tom, sino en su voluntad (por muy coaccionada que se sienta por Bob Ewell) de conspirar para enviar a un hombre inocente a una posible muerte. Scout, obviamente, tiene algunos defectos propios (sobre todo en su burla inicial de Boo Radley y también en su trato algo insensible hacia Walter Cunningham cuando este visita su casa), pero cualquier defecto que Scout exhiba es rápidamente corregido por su padre o por Calpurnia, quienes proporcionan una fuerte orientación moral tanto a Scout como a su hermano Jem. Mayella, sin embargo, carece de esa orientación por parte de su propio padre, y una de las tragedias del libro es que Bob Ewell consigue pervertir a Mayella tan a fondo al final del juicio que casi la convierte en cierto modo en un calco de sí mismo. Ewell puede o no agredir sexualmente a su hija (aunque esta posibilidad está fuertemente insinuada [Lee, págs. 230, 243]), pero está claro que ayuda a corromper su ética. Por el contrario, la relación entre Scout y Atticus es todo lo que uno podría esperar del vínculo entre un padre y una hija. Atticus definitivamente tiene contacto físico con Scout, pero siempre es del tipo más tierno e inocente. Lo más importante, sin embargo, es la orientación moral que Atticus proporciona. Scout siempre puede respetar a su padre de un modo que Mayella nunca podrá a Bob Ewell.
Por último, un caso más de personajes emparejados —esta vez uno bastante cómico— merece ser examinado. En los primeros capítulos del libro, Lee se esfuerza por contrastar a Atticus Finch como influencia sobre los niños con la señorita Caroline Fisher, la nueva y joven profesora de la escuela de Scout. La señorita Caroline, cuyas insuficiencias como instructora son resultado no solo de la inexperiencia práctica sino también de la exposición a las perniciosas teorías educativas modernas, muestra poca habilidad como maestra y poco talento para relacionarse con otros seres humanos. Insulta la inteligencia de todos sus alumnos leyéndoles historias ridículamente infantiles, y en particular insulta la inteligencia de Scout, que ya es una lectora muy hábil gracias al ejemplo y el estímulo de su padre, a quien la señorita Caroline procede a denigrar como una influencia negativa en el aprendizaje de Scout (Lee, pág. 30). Al poco tiempo, la maestra está tan frustrada con Scout que golpea la mano de la niña con una regla (Lee, pág. 35), castigándola físicamente de una manera que Atticus nunca haría (porque Atticus jamás necesitaría hacerlo). Atticus, en cambio, muestra a sus hijos respeto intelectual y moral, tratándolos como personas jóvenes que se están convirtiendo rápidamente en adultos y que son capaces de entender la razón. No duda en criticarles cuando se equivocan (como cuando les reprende por representar episodios de la vida de Boo Radley en la vía pública), pero ni una sola vez pega a sus hijos, ni actúa con condescendencia con los niños en general, como hace la señorita Caroline. De hecho, Atticus trata a los niños con la dignidad y el respeto que muestra a todo el mundo, incluida la propia maestra de Scout, a la que perdona fácilmente sus errores. Al contrastar a la señorita Caroline y a Atticus, Lee utiliza una vez más a los personajes emparejados para subrayar ideas importantes y reforzar la estructura de su novela.
Se podrían citar con facilidad muchos más ejemplos de este tipo de emparejamientos de personajes. La firme pero cariñosa Calpurnia, por ejemplo, se contrapone claramente a la mandona y criticona tía Alexandra como influencia femenina en los hijos de Atticus, al igual que el propio Atticus se contrapone obviamente a la intolerante Alexandra (su propia hermana) como figura paterna. Del mismo modo, la generosa Calpurnia, que lleva a los niños Finch a una iglesia solo para negros, contrasta fuertemente con una mujer negra llamada Lula, que censura el comportamiento de Calpurnia (Lee, págs. 151-152). La chismosa Stephanie Crawford se contrapone, como vecina, a la mucho más atractiva señorita Maudie Atkinson. Atticus es claramente un tipo de padre muy diferente al del Sr. Radley, el padre de Boo, y provoca un tipo de respuesta de sus hijos muy diferente a la del Sr. Radley, a quien Boo ataca con unas tijeras.
Matar a un ruiseñor está construida en torno a una serie de personajes emparejados, personajes cuyas similitudes y diferencias son a menudo esclarecedoras. Al estructurar el libro de esta manera, Lee le da una especie de coherencia artística que lo hace muy superior a la mera reminiscencia incoherente que fácilmente podría haber sido. Puede que Scout recuerde acontecimientos y personalidades que conoció cuando era una niña, pero esos acontecimientos y personalidades se presentan con un diseño deliberado que ayuda a que la novela sea algo más que un simple libro para (o sobre) niños. Cuanto más se examina Matar a un ruiseñor, más se descubre que merece la estatura que obviamente se ha ganado como una de las novelas estadounidenses más enseñadas y apreciadas. No se trata solo de un libro valioso por su mensaje ético, sino de una obra de arte bien estructurada en la que el emparejamiento de varios personajes es fundamental para una coherencia artística impresionante.
De todos los emparejamientos de personajes en Matar a un ruiseñor, quizá ninguno sea más intrigante que la improbable combinación de Boo Radley y Bob Ewell. La similitud de sus nombres de pila, que solo se diferencian en una letra, es el primer indicador potencial de tal emparejamiento.3 Boo Radley parece, al principio, reflejar una visión muy romántica, gótica e infantil del mal. Sin embargo, el mal no solo es inexistente en Boo, sino que, de hecho, resulta ser una fuente de positividad. Bob Ewell, en cambio, encarna un tipo de mal que, por desgracia, es demasiado real, malévolo e innegable. Al cambiar su enfoque narrativo de Boo a Bob, Lee también altera el tono y la atmósfera de la novela, convirtiendo lo que comienza como un libro infantil principalmente nostálgico y divertido en una exploración muy perturbadora de la inmoralidad personal y social. A medida que la novela se desarrolla, los lectores se dan cuenta de que Boo, lejos de ser la fuente de miedo que su propio apodo sugiere, es en realidad una fuente de genuina bondad y benevolencia altruista. Hacia la mitad de la novela, es totalmente obvio que Boo es más una víctima que un victimario; y aunque tiene buenas razones para estar amargado y enfadado, en su mayor parte responde a sus desgracias con un simple retraimiento estoico. Es cierto que arremete inesperadamente contra su principal atormentador —su padre— con un par de tijeras, pero ese acto aleatorio de violencia espontánea parece ser solo un arrebato impulsivo hasta que más tarde (mucho más tarde) apuñala y mata a Bob Ewell para proteger a los niños Finch del despiadado ataque nocturno de Ewell. De un modo irónico, incluso este acto de violencia extrema y mortal solo aumenta nuestra sensación de la benevolencia básica de Boo. Utiliza su cuchillo no en su propio interés, sino en el de los demás. En este aspecto, como en muchos otros, es todo lo contrario a Bob Ewell.
Ewell es una figura malévola desde el principio, pero al final de la novela ha ido de mal en peor. Su trayectoria narrativa, de hecho, es justo la opuesta a la de Boo Radley, ya que mientras que Boo pasa de parecer un villano misteriosamente gótico a ser una especie de héroe real, aunque inadvertido, Bob pasa de ser un hombre obviamente malo (dispuesto a abusar de su propia hija adolescente y luego a poner en peligro la vida de un hombre inocente) a algo aún peor: un asaltante potencialmente asesino que amenaza y acecha a niños indefensos. Ewell es ruidoso, grosero, egocéntrico y despiadado, mientras que Boo es tranquilo, reflexivo, modesto y compasivo. Boo solo parece un villano, mientras que la villanía de Ewell es evidente al instante y solo se vuelve más y más maligna a medida que se desarrolla el libro. Ewell es un padre corrupto y cruel con sus propios hijos, mientras que Boo actúa como una figura parental cada vez más compasiva e incluso protectora con los hijos de Finch a medida que avanza la novela. Al principio del libro, Boo se limita a dejarles pequeñas baratijas en el hueco de un árbol; al final de la novela, les ha salvado la vida. Ewell, en cambio, pasa de ser una figura casi cómicamente maligna (un hombre que rápido hace el ridículo en la sala del tribunal) a ser un villano profundamente atroz y cada vez más peligroso que no puede abstenerse de vengarse, incluso cuando ha ganado técnicamente su caso. Se cree que Boo está mentalmente perturbado, pero en realidad es Bob el que parece estar desequilibrado. En todos estos aspectos y en muchos otros, Boo Radley y Bob Ewell son claros rivales narrativos, y al comparar y contrastar estas dos figuras, Lee añade un elemento de sofisticación estructural a su texto, un elemento que a menudo se ha pasado por alto.
El uso que hace Lee de Boo y Bob como contrapartes irónicas se hace muy evidente cuando se relee la novela, aunque los contrastes son lo suficientemente obvios incluso durante una primera lectura del texto. La novela está construida de tal manera que pone de manifiesto los importantes paralelismos y diferencias entre las vidas y las condiciones de vida de los dos personajes. El estado ruinoso y deteriorado de la casa de los Radley, por ejemplo, presagia el aspecto posterior, aún más decrépito, de la choza de los Ewell. Así, Lee escribe:
«La casa era baja, en otra época era blanca y con un ancho porche y persianas verdes, pero hacía mucho tiempo que se había oscurecido hasta llegar al tono de pizarra gris que la rodeaba. Unas tablas descompuestas por la lluvia caían sobre los aleros del barandal; unos robles mantenían alejados los rayos de sol. Los restos de una cerca guardaban el patio frontal, un patio barrido que nunca se barría, donde crecían en abundancia hierbajos y flores silvestres» (Lee, pág. 19).
La casa de los Radley simboliza así la decadencia y el deterioro de la propia familia Radley, incluido su aislamiento del resto de la comunidad. La casa de los Ewell, sin embargo, es un reflejo aún más claro de la familia que vive en ella:
«Los Ewell de Maycomb vivían detrás del vertedero de la ciudad, en lo que en otro tiempo fue una cabaña de negros. A las paredes de tablas les habían añadido planchas de chapa ondulada, y el tejado estaba cubierto con botes de hojalata aplanados a martillazos, de modo que solo su forma sugería su diseño original: cuadrada, con cuatro diminutas habitaciones que daban a un vestíbulo, la cabaña descansaba de modo inestable sobre cuatro elevaciones irregulares de piedra caliza. Las ventanas eran simples espacios abiertos en las paredes, que en el verano cubrían con trozos grasientos de estopilla para mantener alejadas a las alimañas que se alimentaban de los desechos de Maycomb» (Lee, pág. 214).
El hecho de que Bob Ewell críe a su familia en lo que «en otro tiempo fue una cabaña de negros» parece no solo significativo sino intensamente irónico: ayuda a explicar su necesidad, más adelante en la novela, de afirmar su superioridad sobre los negros y de identificarse con los otros personajes blancos, aunque muchos de los ciudadanos blancos de Maycomb lo consideren el epítome de la basura blanca (un hecho simbolizado por la ubicación de su cabaña). Los Ewell, a pesar de ser blancos, son una familia mucho menos sana y productiva que la mayoría de las familias negras representadas en el libro, incluida la familia de Tom Robinson. Aunque Ewell no soporta pensar que es inferior a los negros, está claro que sus acusaciones contra Tom Robinson tienen su origen, en parte, en su comprensión de que, de hecho, es una figura de desprecio y desdén entre los demás blancos. La única forma en que Ewell goza de alguna distinción social es por el color de su piel; por lo demás, está tan aislado —es un hazmerreír— como el propio Boo Radley.
Sin embargo, mientras que Boo Radley habría sido bienvenido en la sociedad de clase media de Maycomb si no hubiera sido aislado por su padre, Bob Ewell ha elegido deliberadamente aislarse a sí mismo y a su familia de cualquier tipo de contacto saludable o de respeto por parte del resto de la comunidad. Aquí, como en otras partes de la novela, Boo es solo una víctima, mientras que Bob es un victimario. Tanto Boo como Bob viven en casas destartaladas, pero Boo no es responsable de sus condiciones de vida poco atractivas, mientras que Bob Ewell es por completo responsable de las suyas. Ninguna otra casa en la novela se describe en términos tan poco atractivos como las casas de Boo Radley y Bob Ewell, pero en este caso, como en tantos otros, las similitudes entre Boo y Bob también ayudan a resaltar las diferencias significativas entre ellos.
Las primeras referencias de la novela a Boo ayudan a presagiar la posterior aparición y actividades de Bob Ewell. Así, al principio, Scout cuenta que dentro de la casa de los Radley «vivía un fantasma maligno. La gente decía que existía, pero Jem y yo nunca lo habíamos visto. La gente decía que salía de noche, cuando se ponía la luna, y miraba por las ventanas» (Lee, pág. 19). Scout señala entonces la creencia generalizada entre los ciudadanos del pueblo de que cualquier «pequeño delito cometido en Maycomb era obra del fantasma», e informa de que una vez «la ciudad estaba aterrorizada por una serie de macabros acontecimientos nocturnos» que fueron rápidamente (aunque falsamente) atribuidos a Boo (Lee, págs. 19-20).
Todo este aterrador y fantástico enunciado, por supuesto, presagia la posterior —y bastante real— malevolencia de Bob Ewell tras el juicio. Así, Ewell realiza una extraña visita nocturna a la casa del juez Taylor, que había presidido el juicio. Taylor, que está solo en casa, oye un peculiar «ruido de arañazos» que provenía de la parte de atrás de la casa, y cuando va a investigar encuentra «abierta la puerta de tela metálica» y vislumbra «una sombra en la esquina de la casa». Su esposa llega a casa y encuentra a Taylor sentado «con una escopeta en el regazo» (Lee, pág. 310). Más tarde, en un incidente aún más perturbador, Ewell sigue a la esposa de Tom Robinson, Helen, mientras camina hacia el trabajo: «Durante todo el camino había estado oyendo una voz baja a sus espaldas, diciendo cosas repugnantes» (Lee, pág. 311). Luego, por supuesto, en una noche en la que «no había luna» (Lee, pág. 317), Ewell acecha (y luego asalta) a Jem y Scout.
Si alguien en Maycomb, entonces, es realmente un «fantasma maligno» que sale cuando no hay luna y provoca terror a través de «una serie de macabros acontecimientos nocturnos», es Bob Ewell, no Boo Radley. Al centrarse en un fantasma imaginario al principio de la novela y luego cambiar su atención a una figura realmente maligna al final, Lee no solo une las dos mitades del libro sino que hace una importante observación sobre la naturaleza del mal. La verdadera maldad no es algo que existe en la ficción gótica o en la imaginación de los niños; es algo que practican hombres como Bob Ewell que están tan obsesionados consigo mismos que están dispuestos a abusar no solo de otras personas en general, sino incluso de los niños, y no solo de sus propios hijos, sino de los niños indefensos de otros.
Como ya se ha sugerido, Boo es descrito al principio de la novela de forma que su supuesta maldad parece humorística e inverosímil:
«Jem le hizo una razonable descripción de Boo: medía unos dos metros de altura, a juzgar por sus huellas; comía ardillas crudas y cualquier gato que pudiera atrapar, por eso sus manos estaban manchadas de sangre; si te comías un animal crudo, nunca podías limpiarte la sangre. Una larga cicatriz irregular le atravesaba la cara; los dientes que le quedaban estaban amarillentos y podridos; tenía los ojos saltones y babeaba la mayor parte del tiempo» (Lee, pág. 24).
Incluso en el momento en que se ofrece esta descripción por primera vez, parece cualquier cosa menos razonable; más bien, es un reflejo de la sobrecalentada imaginación juvenil de Jem, y probablemente también es un reflejo de su exposición a las novelas góticas, las películas de terror, la sabiduría popular y los prejuicios irracionales de la comunidad local.4 Jem supone que Boo está incluso dispuesto a asesinar niños («nos matará a todos, Dill Harris» [Lee, pág. 25]) y que es capaz de agredir a los niños con un cuchillo, suposiciones que resultan falsas en lo que respecta a Boo, pero que resultan irónicamente demasiado apropiadas en lo que respecta a la conducta posterior de Bob Ewell. Es significativo que el único asesinato que Boo comete es en defensa de los niños, concretamente para protegerlos de la venganza de Ewell por el trato que su padre le dio en el juicio de Tom Robinson. Lee compara y contrasta de manera implícita a Boo Radley y a Bob Ewell a lo largo del texto hasta que al final los reúne en un sangriento enfrentamiento nocturno en el que Boo se revela no como el villano de un libro gótico para niños sino como el héroe de un tipo de novela mucho más complicado.
La capacidad de maldad de Bob Ewell se presagia mucho antes de que se incorpore en la novela como personaje principal. Su joven hijo Burris, por ejemplo, es descrito en el tercer capítulo como un holgazán infestado de piojos que solo acude a la escuela el primer día de cada nuevo curso y que rechaza la escolarización el resto del tiempo. Cuando la nueva y joven profesora decide enviarlo a casa para evitar que los otros niños se infecten con sus piojos, Burris responde con una especie de ira vulgar que presagia la conducta posterior de su padre, cuyos peores rasgos Burris está obviamente en proceso de adoptar como propios: «¡No ha nacido aún ninguna maldita maestra que pueda obligarme a hacer nada! Usted no me obliga a ir a ninguna parte, señorita. Recuérdelo bien, ¡no me obliga a ir a ninguna parte!» (Lee, pág. 43). Aunque aparentemente todavía tiene menos de diez años, Burris ya está emulando algunas de las actitudes y conductas antisociales de su padre. Las palabras y el comportamiento de Burris en esta primera etapa de la novela hacen presagiar la posterior conducta negativa de su padre durante y después del juicio.
Así, cuando Bob Ewell es llamado a testificar en el juicio de Tom Robinson, sus primeras palabras son ya tan vulgares y sugerentes (al menos para los estándares de la época) que el juez debe advertirle de inmediato que no haga ninguna «especulación obscena» (Lee, pág. 216). Mientras que Boo Radley, a pesar de su temible reputación, es en realidad un caballero sureño muy reservado y de voz suave, Bob Ewell es grosero tanto en su discurso como en su conducta pública. Además, a diferencia de Boo, disfruta siendo el centro de atención del público. Se le describe como «un hombre bajito con aire petulante como el de un gallo» que «se levantó y caminó pavoneándose hasta el estrado», y cuando se gira para mirar a la sala vemos que tiene «la cara tan roja como el cuello» (Lee, pág. 213). En cuanto a la altura, la arrogancia y la complexión (es, literalmente, un paleto), Bob Ewell contrasta claramente con Boo Radley, a quien más tarde se describe como muy alto, muy tímido y muy pálido (Lee, págs. 336; 343).
Además, Ewell muestra poco respeto incluso hacia el fiscal del distrito que actúa en su nombre (Lee, pág. 216), al igual que tampoco muestra ningún respeto a la memoria de su esposa fallecida (Lee, pág. 216). Su lenguaje es constante y persistentemente vulgar, como cuando describe a su hija gritando «como un cerdo» o cuando alega haber visto «a ese negro de ahí trajinándose a mi Mayella» (Lee, pág. 217). Sin embargo, a pesar de su supuesta devoción por su hija, pronto queda claro que no siente gran amor ni preocupación por ninguno de sus hijos (Lee, pág. 229) y que su trato con Mayella en particular ha sido tanto físico como quizás incluso sexualmente abusivo (Lee, págs. 230, 243).
Boo Radley, por supuesto, es todo lo contrario a Bob Ewell en todos estos aspectos. Mucho antes de que Boo hable, sus valores fundamentales quedan claros, en especial su afecto hacia los niños inocentes. Deja regalos para los niños en el hueco de un árbol (Lee, pág. 50); cose y devuelve discretamente los pantalones que Jem rompió mientras entraba en la propiedad de los Radley (Lee, pág. 81), evitando así que Jem se meta en problemas; y más tarde, mientras Scout está temblando en el frío invernal mientras ve cómo la casa de la señorita Maudie se quema hasta los cimientos, es Boo Radley quien se acerca en silencio detrás de ella y le pone una manta sobre los hombros (Lee, págs. 96-97). A estas alturas de la novela, está claro, incluso para los niños suspicaces y supersticiosos, que Boo es una figura fundamentalmente benigna, en especial en su trato con los jóvenes. Es, en cierto modo, una figura paterna tan admirable como el propio Atticus Finch y, de hecho, Lee hace explícita esta comparación entre Boo y Atticus (y este contraste entre Boo y Ewell) casi al final de la novela en un extraño pasaje, casi surrealista, en el que Scout rememora los acontecimientos del año que acaba de pasar, recordando momentos específicos de conexión significativa entre los hijos de Finch y su cariñoso padre.
Justo cuando nos hemos acostumbrado a sus alusiones a Atticus, Scout nos sorprende aludiendo en su lugar a Boo Radley: «Otoño otra vez, y los niños necesitaban a Boo» (Lee, pág. 347). En este punto, está claro que Scout no solo es capaz de empatizar con Boo Radley —«poniéndose en el lugar de un hombre y viviendo como él se le llegaba a conocer» (Lee, pág. 347)—, sino que incluso es capaz de considerar a Boo como una especie de figura paterna, como de hecho ha demostrado en repetidas ocasiones hacia los niños Finch a lo largo del libro. Boo, que nunca tuvo una relación especialmente estrecha o afectuosa con su propio padre, actúa a menudo como una especie de figura paterna para Scout y Jem. En este aspecto, como en tantos otros, difiere notablemente de Bob Ewell, que carece de toda capacidad de ternura o afecto, incluso hacia sus propios hijos genéticos. Ewell, de hecho, es incapaz de ponerse en el lugar de otra persona. Está tan obsesionado con su propio orgullo que, aunque ha engendrado numerosos hijos en el sentido biológico, apenas es un padre en el sentido más profundo y verdadero de esa palabra.
Al contrastar implícita y explícitamente a Boo y Bob a lo largo de la novela, Lee no solo enfatiza muchos de los temas clave de su libro, sino que también mejora la sofisticación del diseño artístico, haciendo que su estructura sea mucho más sutil y sólida de lo que puede parecer obvio al principio. El miedo de los niños a Boo domina la primera parte de la novela, pero a medida que esta avanza, Boo parece una figura mucho menos aterradora de lo que parecía en un principio. En el caso de Bob Ewell, el proceso es justo el contrario: es una figura importante en la segunda mitad de la novela, y cuanto más se desarrolla, más genuinamente amenazante e incluso malvado parece. Lee (yo diría que) utiliza los contrastes entre Boo Radley y Bob Ewell para ayudar a mejorar la coherencia y la unidad del libro. Matar a un ruiseñor es, en efecto, «un libro para niños» (por utilizar la reiterada descripción de Flannery O’Connor), pero decir esto no significa en absoluto sugerir que sea artísticamente inmaduro o estructuralmente simple. Aunque la narración se ve a través de los ojos de una persona joven y revela la ingenuidad y el humor infantiles, también demuestra lo perceptivo y perspicaz que puede ser el punto de vista de un niño, logrando a veces observaciones más hábiles y penetrantes que las que logran los adultos. El uso que hace Lee de Boo Radley y Bob Ewell como elementos secundarios a lo largo de la obra aumenta la habilidad y la complejidad del arte de la novela y, por tanto, contribuye a que esta obra resulte atractiva para un público mucho más amplio que el infantil. ⬥
Obras citadas
Fine, L. (2007). «Structuring the Narrator’s Rebellion in To Kill a Mockingbird» en On Harper Lee: Essays and Reflections. Ed. Alice Hall Petty. Knoxville: University of Tennessee P. (págs. 61-77).
Johnson, C. (1994). “To Kill a Mockingbird” - Threatening Boundaries. Nueva York: Twayne.
Johnson, C. (1994). Understanding ‘To Kill a Mockingbird’- A Student Casebook to Issues, Sources, and Historic Documents. Westport, CT: Greenwood.
Lee, H. (1960, 2006). To Kill a Mockingbird. Nueva York: Harper Perennial Modern Classics.
O’Connor, F. (1979). The Habit of Being: Letters. Ed. Sally Fitzgerald. Nueva York: Vintage.
Petty, A. (2007). «Introduction» en On Harper Lee: Essays and Reflections. Ed. Alice Hall Petty. Knoxville: U Tennessee P. (págs. xv-xxix).
Schuster, E. (1963). «Discovering Theme and Structure in the Novel». English Journal 52.7: 506-511.
Véase en particular la discusión de Johnson en Understanding, especialmente las páginas 8-9. Allí argumenta, por ejemplo:
«[…] la novela está unificada por el hecho de que se abre y se cierra con Boo Radley. Además, las secciones de Tom Robinson y Boo Radley están integralmente conectadas, en el sentido de que dos personajes y lo que representan están unidos en su identificación con el ruiseñor del título. Como el ruiseñor, son criaturas vulnerables e inofensivas que están a merced de una sociedad a menudo irracional y cruel» (pág. 9).
Para una discusión temprana, pero aún útil, del diseño de la novela, véase Schuster, que hace hincapié en los motivos temáticos.
Varios críticos han señalado el uso de paralelismos y contrastes en la novela, aunque no he descubierto a nadie que se centre ampliamente en el contraste entre Boo Radley y Bob Ewell, como pretendo hacer yo. Así, Johnson (en Understanding) sostiene:
«[…] los personajes se dividen a veces en bandos opuestos, según la edad o la raza o el estatus social. A veces, por ejemplo, los niños parecen oponerse a los adultos, los personajes afroamericanos están en desacuerdo con los blancos y los personajes de clase baja de Old Sarum se apartan de la gente del pueblo. Al mismo tiempo, los límites entre estas categorías suelen romperse momentáneamente, como cuando los niños sienten un parentesco con el adulto antes temido, Boo Radley» (Johnson, pág. 7).
Estos límites también se rompen temporalmente cuando Atticus insta a Scout a ponerse en el lugar de Bob Ewell. Para interesantes comentarios de pasada sobre la duplicación en la novela, véase Fine (págs. 70, 74-75). Para un comentario sobre dos escenas de reconocimiento en las que interviene Scout, véase Johnson (Threatening, pág. 84). Johnson también menciona algunos otros paralelos interesantes que ayudan a apoyar mi argumento básico de que la novela se estructura a menudo en torno a comparaciones y contrastes (Threatening, pág. 89 y esp. 102).
Para un buen resumen reciente de muchos comentarios sobre la novela, incluida la crítica negativa, véase Petry (Introduction). Para una visión general anterior, véase Johnson (Threatening, págs. 20-27).
Estoy en deuda con Maggie Seligman por esta sugerencia.
Los lectores recordarán varias referencias a The Gray Ghost de Seckatary Hawkins, el visionado por parte de Dill de las versiones cinematográficas de Drácula y las creencias supersticiosas de los niños en Haints and Hot Steams.