Sucede que con Lilí (Lili, Charles Walters, 1953) he logrado sentir esa maravillosa sensación que, solo en contadas ocasiones, he podido hallar en las grandes películas. Se trata de una conexión muy fuerte con una determinada clase de sensibilidad que transmiten sus personajes (pureza e inocencia) y la magia que emana de la belleza de sus imágenes. Es este un filme capaz de transportarte a su propio mundo de cartón piedra y deleitarte con cada detalle. Es un lugar donde la risa, el baile, la ilusión, el amor y los sueños se juntan en un microcosmos muy particular. Resulta fascinante el modo en que las interpretaciones se sienten muy reales, y eso a pesar de que los personajes viven en un mundo de mentira, casi como sacado de un cuento. Es, en definitiva, la clase de magia que hizo suya el séptimo arte.
La edad de la inocencia
La vida de Lilí se antojaba sencilla viviendo felizmente junto a su padre, pero el destino tiene la costumbre de volverlo todo patas arriba en su empeño en forzarnos a crecer (a veces demasiado deprisa). Así es que, tras la muerte de su padre, la pequeña Lilí, de dieciséis años, viaja sola hasta un pueblo de Francia (indeterminado, lo cual evoca a un lugar fantástico) en busca de un amigo de su padre que pueda encargarse de ella y, tal vez, ofrecerla algún empleo. Pero, como decía, el destino juega sus propias cartas. Recién llegada al lugar, la muchacha se entera de que el susodicho amigo de su padre lleva fallecido un mes. Sola y desamparada, Lilí termina siendo acogida por tres hombres que trabajan en los espectáculos de la feria ambulante. Allí se enamora de uno de esos hombres, el ilusionista y mujeriego Marcus el Magnífico, ignorando que otro de ellos, el malhumorado marionetista Paul, se enamora también de ella.
Como toda película que se precie de hablar sobre el paso a la madurez, la sexualidad juega un papel importante en la trama. Esta se ve representada en la película por medio de las ensoñaciones de su protagonista. En ellas Lilí se ve como alguien más adulta y sexi, desprovista de toda su inocencia, anhelando conquistar a Marcus (Jean-Pierre Aumont). Esa imagen de Lilí supone un interesante contrapunto de su personalidad ya que, de vuelta a la realidad, es mostrada en extremo inocente. Encontramos un ejemplo de ello unos instantes previos a la maravillosa entonación del tema musical Hi-Lili, Hi-Lo, cuando vemos a la muchacha charlar con Margarita y su “amado” Reinardo, las marionetas del espectáculo de Paul (Mel Ferrer). Margarita le advierte que Reinardo «es un Tenorio terrible […] Un don Juan de la peor especie», a lo que Lilí responde ingenuamente «Yo creí que era un zorro», aludiendo a su imagen de animal. Su mentalidad pura e infantil no le permite captar en ese momento la sutil referencia sexual.
El espectáculo y la fantasía como refugio (y salvación)
Hay mucho de cine de evasión en Lilí. Toda la película conforma un variado número de espectáculos circenses donde vemos a trapecistas, magos con chistera, animales bailarines y números musicales de marionetas. Hasta las camareras, en el noble arte de llevar con estilo sus bandejas, son todo un deleite de proezas equilibristas. Asistimos fascinados al despliegue de fantasía y poéticas coreografías que el director, Charles Walters, ha planificado con sumo gusto y detalle (en especial las bellas y oníricas escenas de danza). Y su protagonista, Lilí, es una niña que se evade también en su propia fantasía romántica («Sé que he estado viviendo en un sueño lógico en una chiquilla. Sin mirar lo que no quería ver»).
Pero la evasión y la fantasía no es solo cosa de chiquillos y, a menudo, sirve a todo el mundo como refugio de la cruel e infeliz existencia. La propia Lilí irá dándose cuenta según se desarrolla la trama de lo cruda que puede ser la vida a veces («Ni es tonta, ni es ya ninguna niña. Empieza a darse cuenta de que en el mundo hay crueldad y empieza a prevenirse en contra»). Es Paul, mediante el poder de la ficción de su espectáculo de marionetas, quien consigue salvar a Lilí de un fatal destino, llamando su atención, sacándola de su propia realidad para mostrarla una más reconfortante. Y quién mejor que él sabrá acerca de todo aquello. Su minusvalía le obligó a abandonar su anterior vida y se refugió en el mundo del espectáculo. Imprime su propia personalidad en sus muñecos, vive a través de ellos al mismo tiempo que se esconde tras un telón, esperando el agradecimiento de un público que también ha optado por escapar de su rutina durante unos minutos.
Resulta imposible no quedar embelesado ante la poesía que eleva las imágenes que se suceden en la escena onírica de la danza final. No cabe duda que existe una clarísima reminiscencia al paseo que Dorothy y sus amigos emprenden por el camino de baldosas amarillas en El mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939). La pasión y el romanticismo acompañan cada paso de baile al ritmo de una versión melódica de Hi-Lili, Hi-Lo (la banda sonora del filme fue la única de las seis nominaciones que logró materializarse en un Premio de la Academia) que dibuja una sonrisa, y puede que alguna lágrima de emoción, en el rostro de los espectadores.
La delicadeza en sus movimientos de danza y el encanto que impregnó a su personaje fueron motivos suficientes para convencer a la Academia de nominar a Leslie Caron como Mejor actriz. A pesar de eso, fue Audrey Hepburn, gracias a su interpretación en la comedia romántica Vacaciones en Roma (Roman Holiday, William Wyler, 1953), quien finalmente se hizo con el Oscar aquel año en el que ambas actrices compartían candidatura con Deborah Kerr, Ava Gardner y Maggie McNamara.
Filmada en Technicolor, como muchas otras producciones musicales (si bien esta película solo incorpora una canción) de la década de 1950, se consigue, gracias a la viveza de los colores propios de este sistema, fijar la atención en los grandes y expresivos ojos azules de Leslie Caron, en el alegre colorido de las barracas de feria y los llamativos vestidos en las escenas de baile. Esta película es una pequeña joya de carácter naíf que perdurará en el recuerdo de aquel que guste de soñar y evadirse. ⬥