‘Sola en la oscuridad’ (1967), de Terence Young
Audrey Hepburn se coronó como «reina del grito» en su primera incursión en el terror
Me encontraba la otra noche leyendo la novela Ojos de fuego. Es uno de los títulos clásicos de Stephen King, de los ochenta, y si disfrutaste viendo la primera temporada de Stranger Things (ídem, Matt Duffer, Ross Duffer, 2016), estoy seguro de que sabrás ver los paralelismos entre ambas historias. A grandes rasgos, el argumento —de la novela, no de la serie— gira en torno a un padre y su hija (ambos con habilidades parapsicológicas), que escapan de una organización secreta del Gobierno que recibe el nombre de La Tienda. La cuestión es que, avanzada la novela, Andy, el padre de la chiquilla, queda encerrado en una habitación de aislamiento y observación (dentro del complejo secreto de la Organización) completamente a oscuras. Fuera se ha desatado una tormenta, los generadores han fallado y todo el lugar ha quedado sumido en la negrura. King se sirve entonces de este escenario para describir con precisión el miedo irracional que siente Andy en el momento justo en el que se ve privado del sentido de la vista. El miedo atávico a la oscuridad. Al no ver ni por dónde pisan sus pies, su sentido de la orientación también lo traiciona. En un instante, la disposición de los muebles, antes tan ordenada, se vuelve caótica; empieza a tropezar con sillas, mesas, paredes que habría jurado que no estaban ahí antes. Es como si las condenadas hubiesen cobrado vida. De los golpes surgen heridas, cortes, y nadie responde a sus gritos de auxilio, está perdido en medio de la nada más lovecraftiana. Solo en la oscuridad. El pánico se apodera de él.
Esas páginas me mantuvieron completamente enganchado y me devolvieron a la memoria el recuerdo de una Audrey Hepburn aterrorizada, y al borde del llanto, haciendo de ciega en Sola en la oscuridad (Wait Until Dark, Terence Young, 1967). Hacía tiempo que la vi por última vez y, de repente, me entraron unas ganas locas de revisitarla. Para colmo, Stephen King la considera una de las películas más terroríficas de la historia, al menos así fue en los días en que publicó Danza macabra, su magnífico ensayo sobre el terror. Y además quedó impresionado por su final: «Los últimos 15 o 20 minutos de la película son absolutamente terroríficos, en parte gracias a las excelentes interpretaciones de Audrey Hepburn y Alan Arkin».
No me hizo falta nada más, ya lo tenía decidido. Me dirigí al cuarto contiguo a mi dormitorio, donde guardo mis películas clásicas, y busqué el DVD de Sola en la oscuridad. King también decía en aquel libro: «El miedo a la oscuridad es el temor más infantil. […] Es un hecho que todo cineasta o escritor de horror reconoce y utiliza, […] y de todas las herramientas de las que se puede servir el director, quizá el miedo a la oscuridad sea la más natural, ya que las películas, por su naturaleza esencial, deben ser vistas en la oscuridad».
Le hice caso, y apagué todas las luces.
A las dos horas, cuando la película hubo terminado, no podía sino compartir la impresión del señor King sobre ese final. Sin desmerecer, eso sí, el suspense puramente hitchcockiano que se construye a lo largo de los primeros actos; son los últimos minutos, inmerso en la más profunda oscuridad, y el clímax con ese enfrentamiento final entre Hepburn y Arkin, lo que hace que esta película se quede grabada en tu memoria.
Porque, sí, hablemos un poco de ese final. Unos ligeros apuntes tan solo, sin destripar más de lo necesario. Cuando la invidente Susy se percata de que algo anda muy mal, y que su vida corre un grave peligro, nace en ella una fortaleza que, impulsada por el instinto de supervivencia, transforma la personalidad vulnerable y frágil que hasta ese momento veíamos en ella en otra fuerte e ingeniosa más propia de una heroína. Es entonces cuando a Susy se le ocurre una fantástica idea: romper todas y cada una de las bombillas del apartamento (menos la más insospechada), dejando el lugar en tinieblas, para que los ojos de los criminales que la acechan sean tan inservibles como los suyos. Yo creo que algo así solo ocurre en las películas, ¿verdad? A mí no se me habría ocurrido, ya te lo digo. Seguramente, en su situación, yo estaría bloqueado y lloriqueando como Andy en Ojos de fuego. Claro que Susy nos lleva bastante ventaja; tras el accidente que la dejó ciega, ha estado recibiendo lecciones para aprender a valerse por sí misma sin la necesidad de depender de lo que ven sus ojos. Lo de deshacerse de las bombillas da como resultado una secuencia muy interesante desde el punto de vista fotográfico. Todo se vuelve color de hormiga, absolutamente negro; nosotros, como espectadores, quedamos ciegos valiéndonos solo de nuestro otro gran sentido, el oído, para percibir todo lo que sucede alrededor de Susy: pasos, gemidos, respiraciones… En su día, gran parte del éxito de la película se debió a que en los cines, durante esos ocho minutos de secuencia, apagaron todas las luces de la sala creando una total sensación inmersiva. Solo de manera puntual, Susy enciende unas cerillas —no detallaré el porqué— y con su débil fulgor apreciamos parte de la acción, aumentando con ello el suspense.
Es posible que si tú también lo has visto pienses lo mismo que yo; a mí el final me recuerda al de los típicos slashers. Un cara a cara a vida o muerte, que enfrenta a la pureza e inocencia, personificadas en la chica superviviente, contra la más perturbada y sádica maldad del acosador. Piensa en Laurie Strode y Michael Myers al final de La noche de Halloween (Halloween, John Carpenter, 1978) o en Nancy y Freddy Krueger en Pesadilla en Elm Street (Nightmare on Elm Street, Wes Craven, 1984) y sabrás a lo que me refiero. Hepburn, de haber continuado en este registro, no tendría nada que envidiar a otras reinas del grito como Jamie Lee Curtis o Heather Langenkamp. Pero no continuó, ni en ese registro ni en ningún otro, paralizando su carrera durante casi diez años hasta su regreso en la crepuscular Robin y Marian (Robin and Marian, Richard Lester, 1976).
La historia
Estos son los puntos clave del argumento: Sam es un fotógrafo que vuelve a su casa de Nueva York desde Canadá. En el aeropuerto, una mujer llamada Lisa le entrega una muñeca dándole vagas explicaciones. Necesita que se la guarde unos días y pasará a recogerla más tarde. Sam desconoce por completo que hay bolsas con heroína ocultas en el interior de la muñeca. Todo forma parte de una intrincada operación de contrabando de droga organizada por el pintoresco Roat. Este, al sospechar de la supuesta traición de Lisa, que quiso hacer negocios por su cuenta, decide matarla y contratar a un par de delincuentes (Mike y Carlino) para recuperar la muñeca del apartamento de Sam. Pero las cosas se complican cuando Sam emprende otro viaje dejando sola en casa a su mujer invidente, Susy, y la muñeca desaparece sin dejar rastro. ¿Hasta dónde estarán dispuestos a llegar Roat, Mike y Carlino para recuperar la muñeca y lo que en ella se esconde? Sospechan que Susy la tiene y no la dejarán en paz, engañándola y asustándola, hasta conseguir su propósito.
A pesar de que Audrey Hepburn era la estrella principal del elenco, lo cierto es que su entrada en escena se hace esperar unos veinte minutos. El peso narrativo del primer acto recae principalmente en el trío de malhechores compuesto por Mike (Richard Crenna), Carlino (Jack Weston) y Roat (Alan Arkin). Es durante esta parte, en la que los tres se conocen y entablan contacto por primera vez, que la historia parece tomar el camino del thriller. Se suceden escenas sosegadas pero cargadas de tensión por la fuerza de sus diálogos. Roat coacciona a los otros dos tipos incriminándoles en el asesinato de Lisa, y no le hará falta ni levantarse de la mecedora para tenerlos sometidos a su merced. Roat es un tipo al que no se le escapa detalle y lo tiene todo bajo control. En su mente ha trazado un plan perfecto. La forma en que se lleva a cabo esta secuencia, en la dirección y escritura, recuerda mucho al momento en el que Ray Milland coacciona igualmente a otro tipo para cometer el asesinato de su esposa en Crimen perfecto (Dial M for Murder, Alfred Hitchcock, 1954). Más adelante averiguarás que este paralelismo no es del todo casual.
Alan Arkin apenas tenía experiencia en el cine y su primer papel en una película —la comedia ¡Que vienen los rusos! (The Russians are Coming, the Russians are Coming, Norman Jewison, 1966)— le valió nada menos que una nominación al Oscar. Pero pocos imaginaban que un actor como él pudiera meterse en la piel de un sinvergüenza como Harry Roat. Con su camaleónico aspecto (se disfraza y asume distintas personalidades, algo que no pasó desapercibido a la inquisitiva mirada de los críticos, que se preguntaron por qué tenía que disfrazarse para evitar ser reconocido por una mujer ciega), perfila una personalidad digna de un villano de cómic. Así lo describía Stephen King: «[…] desde mi punto de vista, el papel de Harry Roat, Jr., de Scarsdale, en manos de Arkin, podría ser la mejor evocación de la vileza jamás realizada en pantalla, rivalizando o tal vez incluso superando la de Peter Lorre en El vampiro de Düsseldorf».
Entre el plantel de personajes secundarios, además de los compinches de Roat, destacan los papeles de Gloria (Julie Herrod), una niña acomplejada por su físico que ayuda a su vecina Susy a hacer los recados, y que se convierte en sus ojos cuando Susy sospecha que la están espiando; Sam (Efrem Zimbalist, Jr.), el casi siempre ausente marido fotógrafo de Susy (resulta simpático observar que cuando ella le ayuda a revelar una fotografía con la habitación a oscuras, para ella es como hacer cualquier otra tarea en su día a día); y Lisa, interpretada por la modelo Samantha Jones, que evoca la imagen de Sharon Tate.
La producción
En 1966, Warner Bros. adquirió los derechos de la obra teatral Wait Until Dark por una considerable suma que, según apuntan diversas fuentes, podría haber alcanzado el millón de dólares. El motivo de tan importante inversión tiene un nombre: Frederick Knott. Se corresponde al autor del libreto original, y también este se encargó de firmar, años atrás, el guion de Crimen perfecto basado en otra de sus obras. Dados los buenos resultados obtenidos con la película de Hitchcock, el estudio depositó su entera confianza en Knott y su nueva obra. Todo esto ocurrió incluso antes del estreno teatral de Wait Until Dark en los escenarios de Broadway.1 Lee Remick, que interpretaba el papel principal, no obstante, sabía de antemano que no la llamarían para interpretar de nuevo el papel de Susy en la adaptación cinematográfica.2 Jack L. Warner ya tenía decidido que la protagonista del film sería Audrey Hepburn.
El jefe del estudio estaba encantado de tener de vuelta a Audrey después del enorme éxito —el mayor en la historia del estudio hasta entonces— que supuso el musical My Fair Lady (ídem, George Cukor, 1964), y le ofreció a la estrella un contrato de un millón de dólares más un porcentaje de los beneficios. En enero de 1967 se puso en marcha el rodaje de Sola en la oscuridad con Mel Ferrer, el entonces marido de Audrey, asumiendo labores de producción. Las tomas exteriores se rodaron en St. Luke’s Place, en Greenwich Village, Nueva York; algunas escenas del comienzo se rodaron en Montreal, Canadá; y las tomas interiores se filmaron en los estudios de la Warner Bros. en Burbank. A pesar de las reticencias de Jack Warner, Mel y Audrey insistieron en que el plan de rodaje debería adaptarse a unos horarios diurnos, realizando una pausa hacia la tarde para tomar el té, tal y como se acostumbraba a hacer en Europa. De hecho, el matrimonio deseaba rodar la película en París o Roma, pero Warner no lo consintió. Había que sacarles partido a las instalaciones de Burbank. La relación entre Jack Warner y Mel Ferrer fue un tira y afloja constante. Y hubo más peticiones por parte del matrimonio Ferrer que trajeron de cabeza al hermano pequeño de los Warner.
Resulta curioso comprobar que en los créditos iniciales no aparece reflejado nadie del departamento de vestuario. La razón es muy sencilla: Audrey Hepburn quiso encargarse personalmente de escoger los modelos de ropa que llevaría en la película, procedentes todos ellos de distintas tiendas de París. «Nos decantamos por los más ordinarios: ella era ciega y los colores no eran importantes. Obviamente, Givenchy no era lo adecuado para esta epopeya en particular», comentó el director Terence Young.
El propio director, que se hizo cargo de hasta tres entregas de la saga del famoso agente 007, fue escogido también por Mel y Audrey, de nuevo recibiendo quejas por parte de Warner que lo consideraba un riesgo debido a su reputación de ser un derrochador. El cineasta británico conoció a la actriz cuando esta tenía tan solo dieciséis años y trabajaba como enfermera voluntaria en un hospital holandés durante la Segunda Guerra Mundial. Ella le curó las heridas producidas durante la batalla de Arnhem.
Para resultar lo más convincente posible en su papel de invidente, Audrey fue muy concienzuda, y se preparó a fondo estudiando a personas ciegas en el Lighthouse Institute for the Blind, donde incluso aprendió a leer en braille. Allí también conoció a una estudiante ciega llamada Karen Goldstein, que la enseñó técnicas muy útiles (Audrey convenció a Jack Warner de que la pagara un salario). «Aprendió mucho de Karen: usar el dial del teléfono, juzgar la altura y los ojos de la persona con quien se habla para que la conversación resulte natural, todo ello a partir del sonido y la dirección de la voz», recordaba el director. En el instituto Lighthouse, tanto Audrey como Terence llevaron antifaces negros que les impedían ver para así aclimatarse a las condiciones de las personas ciegas; Audrey aprendió a maquillarse y peinarse sin necesidad de mirarse a un espejo, y a caminar ayudándose de un bastón.
A consecuencia del duro trabajo diario y la tensión a la que se ve sometido su personaje durante el desarrollo de la película —sumado, además, a ciertos problemas personales en su matrimonio, el cual estaba a punto de disolverse—, Audrey comenzó a perder peso rápidamente, casi unos siete kilos. Según dijo Terence Young: «Fue uno de los papeles más rigurosos que Audrey ha interpretado. Se esforzaba tanto que se podían ver los kilos que se le escapaban cada día».
No obstante, tanto esfuerzo e implicación merecieron la pena. No hay triunfo sin dolor. Y aunque Audrey lo pasó mal al tener que dejar en Suiza a su hijo Sean (al que echó mucho de menos durante el rodaje) y no pudo salvar su matrimonio con Mel Ferrer (de quien se divorció un año después), obtuvo como recompensa su quinta nominación al Oscar, y su novena en los Globos de Oro, en la categoría de Mejor actriz, gracias a su papel en Sola en la oscuridad.3 Ella aceptó el papel a sabiendas que sería un reto. Fue su primera incursión en el terror, aunque hoy en día la película se considera que encaja mejor en los límites y parámetros del thriller. No hay sangre ni apenas violencia física explícita. Pero se recrea en terrores psicológicos, representados por el sufrimiento y la ansiedad de una pobre mujer ciega, de limitada autonomía, que es asediada en su propio hogar por tres desconocidos. Audrey consigue no solo hacernos ver —de un modo convincente— las complicaciones mundanas a las que se enfrenta a diario una persona de su condición, sino también la valentía que demuestra, en primer lugar como actriz, al atreverse a interpretar un papel tan complicado, y dentro de la ficción, al encarar la adversidad sin más ayuda que su ingenio.
La película logró ser todo un éxito, y batió récords en su estreno en el Radio City Music Hall reportando al estudio unos beneficios aproximados de 11 millones de dólares. Gran parte de las ganancias se debieron a la ingeniosa campaña orquestada por el departamento de publicidad de Warner, que indicaba a los exhibidores que debían apagar todas las luces de las salas de proyección durante la escena final de la película, consiguiendo de este modo acrecentar la sensación de intriga.
Y también los gritos. Arkin asistió una vez a una de las proyecciones y, desde fuera, escuchó «un grito como de mil personas, que me asustó mucho». Cuando preguntó qué fue eso, le respondieron: «Es por ti». Me imagino cuál fue la escena que causó tal sobresalto entre el público. La primera vez que la vi también me llevé un buen susto y mi corazón empezó a latir con fuerza. Me pasó lo mismo con el final de Viernes 13 (Friday the 13th, Sean S. Cunningham, 1980) y no menos con el de Carrie (ídem, Brian De Palma, 1976).
¿Te atreves a experimentar esa irrepetible sensación por ti mismo? Ponte cómodo, apaga las luces y disfruta de la película. ⬥
Bibliografía
LIBROS Y ENSAYOS EN INGLÉS
Monush, B. (2009). Everybody’s talkin’: the top films of 1965-1969. Milwaukee, Wisconsin, Estados Unidos: Applause Theatre & Cinema Books.
Paris, B. (1998). Audrey Hepburn. Londres, Reino Unido: Orion Books Ltd.
Harris, W. G. (1994). Audrey Hepburn: a biography. Londres, Reino Unido: Simon & Shuster Ltd.
LIBROS Y ENSAYOS EN ESPAÑOL
King, S. (2006). Danza macabra. Madrid, España: Valdemar.
SITIOS WEB
Audrey Hepburn y Sola en la oscuridad en IMDb.
El estreno tuvo lugar en el Ethel Barrymore Theater, en Broadway, el 2 de febrero de 1966. Tuvo un total de 373 representaciones, y Lee Remick obtuvo una nominación al Tony.
En cambio, Julie Herrod sí repitió el papel de Gloria que interpretó sobre las tablas. Sola en la oscuridad fue su única incursión en el cine.
Aquel mismo año, Audrey Hepburn competía en los Globos de Oro en dos categorías por sendos papeles en Sola en la oscuridad y Dos en la carretera (Two for the Road, Stanley Donen, 1967).