Especial: Gene Tierney (I)
El incidente de la cornisa y su regreso a un centro psiquiátrico
A catorce pisos de altura
Los ecos de una sirena policial interrumpieron la calma del elegante barrio neoyorkino de Sutton Place una mañana primaveral de 1958. En esa tranquila urbanización se hallaban las residencias de algunas de las más selectas celebridades del mundo del espectáculo. Allí vivían estrellas de cine como Greta Garbo, Maureen O’Hara, Van Johnson y también Marilyn Monroe y su marido, el dramaturgo Arthur Miller. Sutton Place era un lugar tan exclusivo que, durante mucho tiempo, resultó difícil convencer a los propietarios de que alquilasen sus apartamentos a los actores.
Hacia el mediodía, cuando el sol se desplazaba tímidamente entre los huecos de los altos edificios, en las calles solo se avistaba la presencia de una pareja paseando por la acera, de un caballero que pedía un taxi y del aburrido portero de la urbanización, que miraba hacia otro lado cuando el perro de alguien orinaba en el bordillo. En cuanto el vehículo policial silenció la sirena y se hubo detenido a la puerta de uno de aquellos enormes edificios, una gran multitud pareció despertar al fin de su letargo e hizo su oportuna aparición. Grupos de curiosos rodearon las proximidades del lugar mientras observaban inquietos cómo se desarrollaba el acontecimiento. Algo había ocurrido o estaba ocurriendo en ese mismo momento, y había que dar cuenta de ello.
Belle Lavinia Taylor regresaba de hacer unas compras ignorando lo que ocurría en su apartamento en aquellos instantes. El portero de la urbanización se dirigió hacia ella, todo él hecho un manojo de nervios. El pobre hombre consiguió, no sin tartamudear, advertirla de que no había nada por lo que preocuparse. Había un problema con su hija, pero todo iba bien y un par de agentes de policía se encontraban ya en su casa hablando con ella. Midió con tacto sus palabras lo mejor que pudo. El rostro de la mujer empalideció de inmediato. «¿Un problema? ¿Qué tipo de problema?», preguntó alarmada. Sin decir nada más, avanzó a paso de titán hacia el número 57 de la calle Este. Allí, en el interior de su apartamento, encontró a su hija sentada en el sofá, prestando declaración ante uno de los agentes de policía. Tal y como le había informado el portero. La hija de Belle era la actriz Gene Tierney. La estrella de Hollywood había sido vista de pie en el alféizar de la ventana a una altura de catorce pisos.
«No estaba del todo segura de querer quitarme la vida. Me alejé unos pasos de la ventana abierta y me estabilicé para pensar en ello. En primer lugar, el hecho de que ya no pudiera tomar decisiones por mí misma fue la razón por la que me dirigí a la cornisa».
Gene Tierney
Gene captó el gesto horrorizado de su madre en cuanto la vio aparecer, y acudió rápidamente a ella para tranquilizarla. No tuvo demasiado éxito, pero supo hacerse cargo de la situación de un modo muy profesional. Haciendo alarde de su talento interpretativo, intentó convencer a la policía de que todo se trataba de una terrible confusión. Fue una vecina del bloque de enfrente quien dio el aviso a las autoridades en cuanto la vio. Pensó que la actriz trataba de cometer suicidio lanzándose al vacío, aunque Gene rápido le quitó peso al asunto riendo a carcajadas y excusándose en que solo estaba limpiando las ventanas. ¿Suicidio? Pero qué disparate. Ha estado ocupada con unos asuntos familiares, pero pronto volvería al trabajo y rodaría una nueva película. Eso les dijo a los agentes al tiempo que les servía una taza de café. Ellos tomaron nota de su declaración. Su madre, que no creía una sola palabra, sollozaba. Nada de lo sucedido trascendió a la prensa. Es probable que se hubieran tragado la bola, al fin y al cabo, ella era actriz. Su trabajo consistía en hacer creíble la ficción. Quizás si su madre no hubiese hecho su dramática entrada en escena habría resultado más convincente. En cualquier caso, la policía no hizo más preguntas y pareció dar carpetazo al asunto. Pero Gene sabía, en lo más profundo de sí misma, que lo que había ocurrido nada tenía que ver con lo que les había dicho.
Aquella mañana su madre salió del apartamento de mala gana tras una breve discusión con ella. Gene no se encontraba bien, y estaba en una de sus rachas en las que podría pasarse el día entero durmiendo y despertarse en un estado de mil demonios. Su mente era un revoltijo de pensamientos: «¿Acaso estoy enferma? ¿Soy una mala madre? ¿Qué será de Tina con una madre en mi situación?». Se levantó de la cama muy despacio, se dirigió al salón y abrió la ventana. Sin darse cuenta, apenas un instante después, ya se encontraba afuera, con su espalda apoyada en la pared y los dedos clavados en la fachada rugosa. En realidad, estando allí de pie en la cornisa, de apenas medio metro de ancho, y vestida tan solo con un camisón y una bata, recordó lo que una vez le dijo su amiga Constance Collier. Ella le comentó que si subía a un avión y miraba hacia abajo, sus problemas parecerían insignificantes en comparación a la inmensidad del mundo. Y eso fue lo que hizo Gene en ese preciso momento. Miró hacia abajo. Al hacerlo, un desagradable pensamiento cruzó su mente: «No quiero acabar en el pavimento como unos huevos revueltos, con mi cara y mi cuerpo destrozados». Su propia vanidad la salvó de un fatal destino. Estuvo agarrada a la fachada de ladrillo alrededor de veinte minutos, y finalmente regresó al interior del apartamento y encendió un cigarrillo. Lo llamativo de la situación era que Gene no sintió miedo en ningún momento. Allá afuera no era del todo consciente de lo que sucedía. Su mente le ocultaba la realidad. Daba igual si saltaba o si se caía de la cornisa, cualquiera de las dos opciones habría estado bien. Se sentía tan cansada de espíritu, que no quiso más de lo que la vida le podía ofrecer.
De regreso al sanatorio
Una vez se marcharon los agentes de policía, Gene volvió a tumbarse en la cama y su madre se apresuró a llamar por teléfono al médico de la familia. Cuando este llegó le aplicó una inyección a Gene que la sumió en un plácido sueño. No opuso resistencia alguna, apenas le quedaban fuerzas. Hacía semanas que Gene no salía del apartamento y se pasaba las horas del día acostada en la cama sin poder levantarse. Su madre la reprendía («¿Qué te sucede, Gene? ¿Estás enferma o solo eres perezosa? No estás siendo una buena madre»), pero ella se limitaba a darle la espalda y seguir durmiendo. Era imposible no darse cuenta de que algo no iba bien en Gene, pero entonces nadie, ni siquiera ella misma, podía imaginarse lo que le estaba ocurriendo. No era capaz de pensar con claridad, ni de llevar a cabo las tareas más sencillas y cotidianas. Mucho menos atender las necesidades de su hija Tina. Aunque, en aquellos días aún no estaba medicada, se sentía aturdida y actuaba como si estuviera drogada. Con el tiempo descubriría que llevaba arrastrando en silencio, desde hacía años, un profundo dolor que fue minando su salud y su estado de ánimo hasta causarle una severa depresión.
«Hollywood puede ser duro para las mujeres, pero no fue la causa de mis problemas. Me perjudicaron más los sentimientos que oculté, los problemas que encerré en mi interior».
Gene Tierney
Al día siguiente ella y su familia fueron de camino hacia la prestigiosa Clínica Menninger en Topeka, Kansas. Gene tuvo que ser sedada durante el viaje en avión y los recuerdos de aquel día se perdieron, en gran parte, en una densa niebla. Tan solo una impresión borrosa de su hermano Howard llevándola a la oficina de admisión logró traspasarla. Es más, algunas de las vivencias de aquellos días las conoce solo por medio de fuentes ajenas y testigos que la acompañaban. Su estancia en Menninger se prolongaría más de un año. Pero aquel no fue su primer ingreso en un hospital psiquiátrico. Con anterioridad había sido ingresada en otros dos hospitales en los últimos tres años. Y desde entonces había vivido con temor a regresar a un sanatorio. En aquellas primeras ocasiones sufrió terribles experiencias. La encerraron en habitaciones no más grandes que una celda, con barrotes en las ventanas. La persiguieron y se abalanzaron sobre ella, como a un perro abandonado, en una ocasión en que intentó fugarse. Y, lo que es peor, fue sometida a experimentales tratamientos de electrochoque que desestabilizaron su cerebro y borraron parte de su memoria. No recordaba apenas nada de lo sucedido desde 1956. No sabía quién gobernaba el país, ni tampoco que Estados Unidos y Rusia habían lanzado cohetes al espacio. Ni tan siquiera sabía quién era Elvis Presley. No hizo intención de leer un periódico en todo ese tiempo. Pero muy a su pesar, se resignó a ingresar de nuevo en un centro. Necesitaba comprender qué era lo que realmente le estaba sucediendo. Y lo hizo convencida de que no le darían el alta rápidamente, de eso sí estaba segura. Fuera lo que fuese aquello que la estaba enfermando, necesitaría de mucho tiempo para ser tratado.
La locura de Hollywood
En las reuniones con amigos y conocidos a menudo alguien preguntaba a su madre: «¿Qué le pasa a Gene? ¿Qué es lo que tiene?». Pero ninguna de las dos tenía respuesta a esas preguntas todavía. Una vez, solo una vez, Gene sintió cierta satisfacción al responder a una señora en una fiesta: «¿No te has enterado, querida? Estoy loca». No le importaba mucho lo que pensaran de ella. Hay quien asociaba su comportamiento a su condición de estrella de cine. ¿Acaso no estaba Hollywood llena de neuróticos? Esa suposición la hizo reflexionar. Su carrera como actriz desde luego ejercía sobre ella mucha presión. Y esa presión se hacía más fuerte cuando trataba de buscar un equilibrio entre su vida privada, ya complicada en sí misma, y su imagen pública. Su mente se debatía entre tomar esa idea de la neurosis de Hollywood como una justificación a su problema o, quizás, como una cruel acusación. Como si se tratara de un duro castigo por haber abusado de un privilegio. Pero lo cierto es que el de Gene no era un caso excepcional. Muchas otras personalidades de Hollywood padecieron a lo largo de su vida diversas enfermedades mentales y, al igual que Gene, algunas de ellas recibieron agresivas terapias electroconvulsivas.
La actriz Vivien Leigh, mundialmente conocida por interpretar el icónico papel de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, Victor Fleming, 1939), sufría un trastorno bipolar. Se sometió a sesiones de electrochoque a comienzos de la década de 1950. Y su marido, el también actor Sir Lawrence Olivier, se sintió desolado por el cambio de personalidad de su mujer tras la terapia electroconvulsiva: «No era, ahora que se le había aplicado el tratamiento, la misma chica de la que me había enamorado. Ahora era más extraña para mí de lo que jamás hubiera podido imaginar. Algo le había sucedido, muy difícil de describir, pero incuestionablemente evidente».
Judy Garland, protagonista de películas emblemáticas como El mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939) y Ha nacido una estrella (A Star Is Born, George Cukor, 1954), tenía un contrato con el estudio que le obligaba a mantener un determinado aspecto físico: si engordaba, podía ser suspendida sin sueldo. Se le recetaron antidepresivos y anfetaminas para controlar su apetito y barbitúricos para ayudarla a dormir. A medida que los fármacos se iban apoderando de su vida, su comportamiento en el plató se volvía errático y perturbador. Bajo las órdenes de un psiquiatra, comenzó la primera de muchas estancias en hospitales psiquiátricos. En 1949, cuando aún no había cumplido 27 años, fue sometida a un tratamiento de electrochoque.
Trastornada por una serie de relaciones fallidas y estresada por las exigencias de su carrera, Frances Farmer, con quien Gene coincidió en el rodaje de El hijo de la furia (Son of Fury: The Story of Benjamin Blake, John Cromwell, 1942), se volvió adicta a las anfetaminas recetadas para mantener su peso bajo control. También abusaba del alcohol. En 1943, Farmer fue internada en una institución psiquiátrica y sometida a un choque de insulina y a una terapia electroconvulsiva. Cuando trató de escapar, los psiquiatras le administraron más terapia electroconvulsiva en un esfuerzo por poner fin a su actitud desafiante y rebelde. Cuando eso no dio resultado, recurrieron a la hidroterapia: la desnudaron y la metieron en una bañera con agua helada durante seis u ocho horas.
A Gene no le gustaba en absoluto pensar que había estado cerca de quitarse la vida. Pero así fue. Y sobrevivió cuando otros no lo lograron. El día que Marilyn Monroe fue hallada muerta en 1962 a causa de una sobredosis de barbitúricos, a Gene le vino el recuerdo del incidente en la cornisa. Marilyn vivía apenas a unas cuantas manzanas del apartamento de su madre. De repente, volvió a verse allí, en la claridad de la mañana y con el viento azotándola. Marilyn se fue, pero Gene pudo aguantar. Y a pesar de no sentir miedo en aquel preciso instante, su experiencia dejó en ella una huella imborrable. Desde entonces, la actriz sufrió de acrofobia (miedo a las alturas), y no pudo volver a mirar desde la ventana de un avión o de un edificio a gran altura sin sentir vértigo o ataques de pánico.
La vida personal de Gene Tierney, una vez entrada en la adolescencia, estuvo repleta de sucesos trágicos y decepciones en sus relaciones sentimentales que propiciaron su enfermedad mental. El golpe más duro que recibió en su vida fue cuando tuvo que renunciar a su primera hija, Daria, internándola permanentemente en una institución especial para discapacitados. Daria nació sordomuda, parcialmente ciega y con un grave retraso mental, consecuencia de la rubéola que contrajo Gene durante sus primeras semanas de embarazo. Este incidente, sin duda, merece ser tratado en profundidad en un capítulo aparte debido a la trascendencia que tuvo a posteriori en la vida de Gene. Tampoco su matrimonio con el diseñador de vestuario Oleg Cassini fue como ella habría deseado en un principio, teniendo que soportar ambos las duras exigencias de sus respectivas profesiones, sobrellevar una relación a distancia debido a los rodajes de las películas, sin olvidar los continuos celos e infidelidades. Ante una situación tan funesta los hay que prefieren ahogar sus problemas en la bebida, pero Gene, en cambio, decidió volcarse en su trabajo. Quizás demasiado, sin darse apenas tiempo para descansar, lo que hizo que su salud no hiciera más que empeorar. ⬥
Bibliografía
LIBROS Y ENSAYOS
Tierney, G., Herskowitz, M. (1979). Self-Portrait. Nueva York, Estados Unidos: Simon and Schuster.
V.V. A.A. (2020). El universo de Gene Tierney. Madrid, España: Notorious Ediciones.
Vogel, M. (2005). Gene Tierney: A biography. Jefferson, Carolina del Norte, Estados Unidos: McFarland.
SITIOS WEB
Gene Tierney (sitio web IMDb).
CCHR International (2019). Electroshock Ruins Creativity & Lives. (Consulta online del 31/08/2021).
Lebow, J. (29/07/1990). “If You're Thinking of Living in: Sutton Place” en The New York Times (Consulta online del 03/09/2021).
DOCUMENTALES
Gene Tierney: A Shattered Portrait (1999). Van Ness Films, Foxstar Productions, A&E Television.